La hybris o hibris es un concepto griego que puede traducirse como ‘desmesura’ y que en la actualidad alude a un orgullo o confianza en sí mismo muy exagerada, especialmente cuando se ostenta poder. La concepción de la hibris como falta determina la moral griega como una moral de la mesura, la moderación y la sobriedad, obedeciendo al proverbio pan metron, que significa literalmente ‘la medida en todas las cosas’, o mejor aún ‘nunca demasiado’ o ‘siempre bastante’. El hombre debe seguir siendo consciente de su lugar en el universo, es decir, a la vez de su posición social en una sociedad jerarquizada y de su mortalidad ante los inmortales dioses.
Heródoto lo expresa de la siguiente manera:
Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasí. (Heródoto, Historia VIII.10)
En el templo de Delfos, uno de los monumentos más famosos erigidos a la gloria de Apolo, estaban grabados en la piedra unos proverbios que llevaban mensajes fundamentales de la sabiduría griega: Conócete a ti mismo y Nada en exceso.
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Templo de Apolo en Delfos |
Nada en exceso invita a los hombres a encontrar su justa medida en el orden cósmico para protegerse de la hybris, ese arquetipo de la falta de sabiduría, esa vanidad o esa desmesura que desafía a los dioses y, a través de ellos, al orden cósmico, pues todo es uno. Para los mortales, la hybris conduce siempre a la catástrofe y esa catástrofe anunciada es la que presentan algunos mitos, por ejemplo el mito de Sísifo, Tántalo y Belerofonte.
Desde luego, si los mortales pecan de hybris es que encuentran en ello algo tentador. Por ejemplo, en el mito de Prometeo, es el primer castigado a causa de la arrogancia y el orgullo y con él, los hombres. En los animales nunca es posible la hybris, ya que les guía el instinto común a su especie y no existe el peligro de que no se hallen en su lugar. No nos podemos imaginar que un caballo o una gamba se rebelen contra su destino y decidan ir a robar el fuego a los dioses. Al contrario, los hombres están dotados de un tipo de libertad, de una capacidad de exceso que sin duda lo hace más interesantes que los animales. La humanidad, como bien se expresa en el mito de Epimeteo, a diferencia de los animales, al principio está como quien dice “completamente desnudo”: no tiene una piel como la del oso o el perro para protegerse del frío, ni un caparazón como la tortuga para defenderse de sus enemigos; el hombre tampoco es ágil ni rápido en la carrera como la liebre, ni está equipado de garras y dientes como el león. En definitiva, el hecho de que el hombre esté despojado significa que deberá inventarlo todo por sí mismo si quiere sobrevivir en un universo a pesar de todo tan hostil como es el mundo posterior a la edad de oro. El mito de Epimeteo –y aunque no se diga explícitamente- entraña un poder de invención, una cierta forma de libertad, sin querer decir con ello que el hombre esté aprisionado como el animal en un papel que desde el principio y para siempre ha impuesto Epimeteo a todas las especies. Ahora bien, esta libertad es lo que está en el origen de la hybris: sin ella, el hombre no podría salir de su sitio, de la condición que le habrían impuesto. No podría cometer faltas y es precisamente la historia de estas faltas, que suscitarán en los dioses el acto de “volver a poner orden”, la que narran los grandes mitos de la hybris.
Por lo tanto, el ser humano es por excelencia el que puede ir demasiado lejos. Puede hacer una locura o ser prudente (“Conócete a ti mismo” o “Nada en exceso”). El hombre puede elegir, posee una diversidad infinita de modos de vida: al principio nada le dice si debe ser médico, mecánico, abogado o filósofo. Al menos en parte, la decisión es suya, y es este tipo de elección lo que hace que la juventud constituya un monumento fundamental, pero difícil. Sin embargo, esta misma libertad es lo que lo expone al peligro de desafiar a los dioses, incluso de amenazar el cosmos entero. Desde que Prometeo le concedió a la humanidad las ciencias y las artes es la única especie que puede arrasar la tierra, al disponer de capacidad de invención y de rebelión contra la naturaleza que podría trastornar el universo. De ahí que el orden cósmico que los dioses protegen se vea amenazado en todo momento.
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Sísifo, por F. Von Stuck |
Fuente original: Animasmundi
Parece razonable que una cultura que cree que la esperanza turba el animo piense también que no hay peor pecado que el que comete quien desafía al destino y pretende tomar las riendas de su propia vida. Desde el punto de vista de la hermenéutica simbólica el mito del héroe es el mito patriarcal por excelencia, en los que usted recoge aún se percibe el trasfondo arcaico matriarcalista del héroe derrotado. Interesantes los tres artículos.
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