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Kapila (s. V a. C), filósofo ateo de la India. |
28/05/2016.
Roberto Augusto ha
publicado recientemente un
texto provocador criticando la historia de la filosofía estándar por
considerarla eurocéntrica en tanto que meramente occidental y que ignora la
filosofía oriental. Daniel
Galarza ha respondido a su artículo, recibiendo otra
respuesta del propio Roberto Augusto.
En este texto defenderemos
la tesis del mito de la filosofía
oriental, aunque ya advertimos que nadie se lleve a engaño desde el
principio. A la pregunta de si hay y ha habido filosofía tal cual en oriente,
respondemos que sí, pero a la cuestión de si esa filosofía es distinta de otra
supuesta filosofía que pudiera llamarse “occidental” contestamos que no: hubo y
hay filosofía tanto en occidente como en oriente, pero no se trata de dos tipos
de filosofía sino de la misma actividad racional en uno y otro sitio. Así pues,
“filosofía occidental” o “filosofía oriental” solo tendrán sentidos
geográficos, y si acaso culturales que maticen a esa filosofía, pero no podrán
interpretarse en sentidos esencialistas ni mucho menos como paradigmas inconmensurables
o algo por el estilo (ni siquiera como filosofías complementarias una de la
otra).
Si queremos hablar de
“filosofía” o de “historia de la filosofía”,
tendremos que definir de alguna forma a qué nos referimos con “filosofía”,
aunque solo sea para hablar el mismo lenguaje y poder entendernos; no sea que,
al final, la discusión sea terminológica y no otra cosa. Caben dos opciones
extremas. Una sería definir la “filosofía” de forma tan estricta, o con tantas
notas o características concretísimas, que solo pudiéramos concluir que
filosofía solo ha habido en un sitio o en un momento puntuales. De esta forma,
no sería posible una historia de la filosofía. En el otro extremo, se podría
definir la filosofía de forma tan sumamente amplia (cualquier reflexión sobre
la existencia o el sentido) que casi cualquier cosa sería filosofía. Así, tampoco
sería posible hacer una historia de la filosofía por imposibilidad empírica, su
objeto de estudio resultaría inabarcable: los filósofos se contarían por miles
de millones, y ninguna historia de la filosofía sería capaz de abarcar y
analizar un objeto de estudio tan inmensamente amplio. Cualquier selección de
alguno de ellos sería arbitraria: ¿por qué estudiar las reflexiones de Kant y
no las del conserje de su misma Universidad en Königsberg? Problema parecido al
que se establece cuando se trata de señalar el criterio de demarcación de lo
que es y no es ciencia en filosofía de la ciencia. Para unos, el criterio es
tan estricto que la conclusión es que solamente cabe hablar de ciencia a partir
del siglo XVI en Europa y restringida a la Física. Todo lo demás sería protociencia,
quasiciencia, no-ciencia o, en el peor de los casos, pseudociencia o fraude
puro y duro. Para otros, el criterio es tan laxo que casi todo es ciencia,
incluyendo como práctica científica al chamanismo, por ejemplo.
Se hace necesario, por
tanto, situarse en algún punto medio entre los dos polos pero que tampoco sea
arbitrario, que permita distinguir a la filosofía de otras actividades con las
que pueda estar relacionada, e incluso mezclarse o confundirse a veces, y que
permita revisar críticamente lo que tradicionalmente se ha considerado como
filosofía. Hecho esto, habría que investigar histórica y antropológicamente si
la filosofía surgió en un único tiempo y lugar, y desde ahí se difundió
universalmente, o si le pasó como a otros productos humanos (como la escritura)
que apareció en distintos sitios y momentos históricos de forma independiente.
Sería imposible ofrecer
aquí esa definición de filosofía, pero sí apuntar algunas de sus notas mínimas
aunque no sean todas. Algunas de ellas serían su carácter de actividad (y no
mera reflexión o meditación), la crítica y la razón como criterio de esa
crítica (racionalismo), su autonomía respecto de otras instancias (por ejemplo,
la religión), el naturalismo (lo que la acerca a formas de empirismo o
materialismo), su necesaria relación con las ciencias, y la tendencia a la
sistematicidad, la lógica y la coherencia. Luego, cada filósofo y cada escuela
desarrollará estas características en diverso grado, algunos de forma
especializada y otros no tanto o mezclada con otras actividades (por ejemplo,
la teología), y habrá muchos casos difíciles en los límites difusos en los que
no estará claro si clasificar a tal o cual autor o pensamiento como filosofía o
como otra cosa: ciencia, religión, teología, mera reflexión…, o incluso
impostura. Incurrirá en esta impostura o pseudofilosofía, por ejemplo, quien se
crea filósofo solo por especular o divulgar sus ocurrencias sin un mínimo de
pudor filosófico: sin usar la lógica, sin ser coherente y riguroso con el
estado de las ciencias de su momento, etc. Tal vez el rechazo a la “filosofía
oriental” proceda del hecho de que ciertos gurús se hayan apropiado para sí del
término “filosofía oriental”. Así, es fácil oír “filosofía oriental” e imaginarse
a un tipo sentado, quieto y meditando con los ojos cerrados, pero nos cuesta
imaginarnos a esos filósofos orientales que, precisamente, se reían de los
santones que no hacían otra cosa que eso. De ahí que los críticos hayan caído
en la trampa de confundir lo que no es: a la auténtica filosofía que se ha hecho
y se hace en oriente con esas ocurrencias (claro que, lo mismo pasa en
occidente, donde pululan los gurús e impostores que venden “filosofías” de
autoayuda camufladas con apariencia de psicología, física cuántica o
neurociencia).
También hay que tener en
cuenta que la idea de filosofía actual está sesgada por la figura moderna del
profesor universitario de filosofía, el especialista en filosofía, como modelo
de lo que es un filósofo. Si lo tomáramos estrictamente, no hubo filósofos
antes de la edad moderna. Ni los presocráticos, ni los sofistas, ni ningún
filósofo antiguo, de oriente u occidente, tuvo conciencia de estar haciendo
filosofía en ese sentido de especialista. Su idea de la filosofía, más que la
de una especialidad, era más bien la de una actitud o forma de vida que
acompañaba a sus otros quehaceres. La inmensa mayoría de (los considerados)
filósofos premodernos más bien fueron sabios en el sentido polifacético de
llevar una vida dedicada al conocimiento. Fueron físicos, astrónomos, matemáticos,
políticos e incluso teólogos o líderes religiosos (Pitágoras, por ejemplo). Su
etiquetación como filósofos es, en cierto modo, sesgada o anacrónica,
retrospectiva. Sería como si ahora inventásemos una disciplina llamada “mesología”
y considerásemos mesólogo a cualquiera que en el pasado hubiera reflexionado
alguna vez sobre las mesas.
Revisando la tradición
occidental, tal vez lleve cierta razón Roberto Augusto al señalar lo sesgada
que es la reconstrucción de la historia de la filosofía que aquí se ha hecho.
En dicha revisión, se privilegia especialmente a Platón, al tiempo que se
minusvaloran otras filosofías (las helenísticas, por ejemplo) o se ignoran
totalmente otras (las orientales). En esta línea, se sitúa el nacimiento de la
filosofía en la antigua Grecia con los llamados presocráticos y tendría su
cénit en Platón. Sin embargo, si consideramos que Tales, Anaximandro, Heráclito,
Demócrito, Protágoras, Platón, Aristóteles, Epicuro o Plotino fueron filósofos,
me parece que Chárvaka, Kasakambali y la escuela Lokaiata, Gotama y la escuela
Nyaya, Kanada y la escuela Vaísesika, Kapila, Confucio y otros autores
orientales deben ser considerados igualmente filósofos. Los parecidos y
paralelismos entre ellos son más que suficientes para eso.
Sin embargo, cuando se
habla de “filosofía oriental” muchas veces se quiere decir otra cosa, y a eso
nos referimos con el “mito de la filosofía oriental”. Dicha etiqueta se utiliza
para indicar un tipo de pensamiento no solo distinto del llamado “occidental”
(tan distinto como pueda ser el empirismo de Hume respecto del racionalismo de
Descartes) sino inconmensurable en el sentido en el que lo eran los paradigmas
de Kuhn. Supuestamente se trata de otra forma de pensar, filosofar o usar la
racionalidad totalmente distinta de otra occidental. Así, por ejemplo, la
occidental sería materialista y la oriental espiritualista, una sería analítica
y la otra holística, una científica y la otra mística, etc. Aquí negamos lo
anterior: partimos de la universalidad de la razón humana así como de la
filosofía, aunque admitimos su aparición en distintas áreas geográficas de
forma independiente: en Grecia, India y China, y diferencias entre unas y otras
pero sin que eso autorice a hablar de dos tipos de racionalidad o filosofía esencialmente
distintas.
Este mito se origina por
varias confusiones y equívocos que tal vez puedan entenderse mejor en analogía
con la crítica al racismo: si bien las diferencias fisiológicas (especialmente
el color de piel) pueden llevar a la apariencia de que existen las razas
humanas, un análisis más profundo, genético, (más allá de la apariencia)
demostraría que las diferencias genéticas entre las supuestas “razas” no son
tan grandes, y que dentro de cada “raza” la diversidad genética es mucho mayor
que la esperada por el prejuicio racista. Del mismo modo, el mito de la filosofía
oriental exagera las diferencias entre oriente y occidente al tiempo que
minusvalora las grandes diferencias existentes dentro de cada bloque de lo que se
llama filosofía oriental y occidental.
Contribuye a este mito la
confusión entre la filosofía y la religión oriental. Confusión que lleva a
identificar con filosofía lo que es religión, y a ignorar la auténtica filosofía
hecha por autores orientales y que, de no saber quiénes fueron esos autores,
pasarían por occidentales sin más. El budismo y otras ramas del hinduismo (como
el yoga) no pueden considerarse filosofías en sentido estricto, precisamente
por su carácter religioso o sobrenaturalista (por ejemplo, la creencia en los siddhis o superpoderes que supuestamente
adquiere el yogui en ciertos estados elevados de conciencia). Por la misma razón
que no podemos considerar al cristianismo una filosofía como tal (en tanto que
incluye la creencia en la resurrección o los nacimientos virginales). Esto
conduce al error de identificar como “filosofía oriental” lo que, en realidad, es
la religiosidad de oriente (basada en ideas relativas al karma, el espíritu o atman, la reencarnación, dioses como
Shiva o Visnú, los textos védicos, etc.). Pero también en oriente hubo
filósofos empiristas, materialistas, agnósticos y ateos (como los mencionados más
arriba), si bien es cierto que perseguidos por los religiosos de su época
(especialmente budistas) que intentaron borrarlos incluso de la historia (de
hecho, muchos de estos autores y escuelas solo podemos reconstruirlos
históricamente a través de los textos canónicos budistas en los que se mencionan
para denigrarlos, más o menos como pasa con los sofistas, cuyo conocimiento nos
llega a través de la obra sesgada de su enemigo Platón). Para entender el error
anterior, veámoslo a la inversa. Imaginemos a un historiador oriental tomando
al cristianismo o a Tomás de Aquino como paradigma del pensamiento occidental e
ignorando a Epicuro, Marx o Nietzsche, y contraponiéndolo a Chárvaka y su
materialismo ateo como modelo de la filosofía oriental.
Lo anterior no quiere
decir que la filosofía sea estrictamente antirreligiosa, pero sí racionalista y,
en tanto que saber autónomo y crítico, es natural su conflictividad con las
religiones reveladas, los dogmas establecidos y otros elementos propios de las
religiones como la fe (creer sin pruebas e incluso contra las pruebas), lo
sobrenatural, lo anticientífico, etc. Pero el caso es que esta filosofía
genuina, y de suyo conflictiva con la religión, se ha dado tanto en occidente
como en oriente. No siempre en estado puro, sino en muchas ocasiones mezclada
con elementos religiosos, míticos o irracionales y en relación polémica y a
veces contradictoria con ellos.
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A) Filosofía
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B) Religión
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1. Occidental
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A.1) Platón, Aristóteles, Epicuro, Marx,
Nietzsche…
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B.1) Cristianismo, politeísmos…
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2. Oriental
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A.2) Chárvaka, Kasakambali, Gotama,
Kanada, Kapila, Confucio…
|
B.2) Hinduismo, budismo, yoga, etc.
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El esquema anterior es,
evidentemente, una hipersimplificación. Quedarían muchas corrientes y autores
situados en las fronteras difusas de cada clasificación (por ejemplo, Agustín
de Hipona o Tomás de Aquino se encontrarían a medio camino entre A.1. y B.1.). Pero
puede servirnos para mostrar lo que hace el mito de la “filosofía oriental”: ignora
A.2, presentando una versión de la cultura o pensamiento oriental sesgada e
identificada exclusivamente con la religión, el espiritualismo y el misticismo
(B.2), y la contraponen con A.1, creando así la apariencia de que oriente y
occidente conforman dos paradigmas filosóficos distintos cuando no es así.
En conclusión, podemos
hablar de filosofía occidental y oriental entendiendo estos términos en sentido
geográfico, pero no si con ello quiere decirse que son dos formas distintas de
hacer filosofía cada una (una más materialista y la otra más espiritualista,
por ejemplo). Las dos compartirían las mismas características básicas
(racionalismo, carácter crítico, autonomía, naturalismo, etc., e incluso
tendencias científicas, materialistas y ateas fuertes), si bien muchas veces
mezcladas conflictivamente con las religiones propias de cada región y contexto
particular.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y
Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSaludos, Andrés Carmona Campo.
ResponderEliminarAntes de ir al fondo de tu interesante entrada, un par de notas previas.
La primera, que soy especialista en filosofía oriental, y lector (también autor) en idiomas clásicos de la filosofía oriental, como chino, sánscrito, tibetano, pali, hindí, tamil, etcétera.
La segunda, que has podido hacer tu exposición sin miserables límites de espacio, digamos que tuiteros, y quienes vamos en serio en este blogue tenemos derecho también a esa holgura de espacio al escribir, ¿no? Esto puede hacerse, técnicamente, ampliando o ilimitando el espacio concedido a las respuestas; o bien dando, a quien lo pida, el derecho a intervenir con espacio de cobloguero, como los varios coblogueros que aquí mantenéis el blogue, también llamado, y más castizamente, la bitácora.
Al fondo, pues.
Al margen de la mucha razón que llevas en tu exposición, sobre la burda contraposición y simplificación que se hace en la filosofía oriental, contraponiéndola a la filosofía oriental, lo cual también degrada y empobrece a la propia filosofía occidental, hay más notas generalmente pasadas por alto en estos temas.
Para empezar algo muy obvio: el continuo geográfico. Asia no es como América ni como Australia, cuyas masas continentales están separadas de Europa por amplios mares, lo cual causó que el contacto físico directo de América y de Australia con Europa fuera esporádico y precario hasta el siglo XVI y siglos posteriores. Asia, como África, fue un territorio sin discontinuidad geográfica con Europa toda la vida, y de ahí el permanente influjo mutuo histórico, social, cultural, comercial... y filosófico.
Si no fuera así, no podría estar traduciendo ahora (para la editorial Kairós) el clásico diálogo grecobudista Milindapaña. ¿Es filosofía helenística? ¿Es filosofía budista? El original está en pali, con versiones en otras lenguas.
Aparte de los reinos helenísticos indios, con el rey filósofo Menandro o Milinda, hubo el contacto con Persia, luego con el mundo islámico, la ruta china de la seda y las especias, etcétera. Como nota curiosa y significativa, añado que la primera traducción a lenguas europeas occidentales de los diálogos upanisádicos no se hace del original en sánscrito, sino de una lengua cercana al sánscrito, sí, mas claramente diferente, con otra grafía y ya en ambiente cultural musulmán: el persa.
El rígido (y bastante memo) esquema académico de la división geográfica entre filosofía occidental y filosofía oriental ha hecho y hace continuos malabarismos en el caso de la filosofía araboislámica, incluyendo al tal Averroes (siglo XII, en Iberia y el Magreb) o excluyendo al cual Alquindi (siglo IX, en Persia y alrededores), o al otro Abenjaldún (siglos XIV-XV, en Iberia, el Magreb, Túnez, Egipto y Siria). Lo cierto es que la filosofía araboislámica, por razones geográficas, históricas, temáticas y lingüísticas, ha sido secularmente el puente natural entre la filosofía oriental (del Extremo Oriente asiático) y la filosofía occidental (la Europa sociológicamente griega, neolatina, eslava, germánica y cristiana, con predominio de lenguas indoeuropeas occidentales). Y la filosofía hecha por judíos, sea en hebreo y arameo o en lenguas europeas, ¿es filosofía occidental, o no? Aquí, de nuevo se introduce a Espinosa como filósofo occidental, pero no a Maimónides. O sí, según le dé al catedrático de turno.
En conclusión: ni siquiera desde el desarrollo histórico y académico concreto es posible dividir geográficamente en bloques separados a la filosofía occidental y a la oriental. Lo que hay detrás es la crasa ignorancia, auspiciada por la típica endogamia y la típica cooptación de las universidades.
Luego podemos seguir, si quieres.
Cordialmente, de Alexandre Xavier Casanova Domingo, correo electrónico trigrupo @ yahoo. es (trigrupo arroba yahoo punto es).
fue un placer leerle
Eliminarfue un placer leerle
Eliminarmas que el articulo en si
EliminarExcelente.
ResponderEliminarcreo qe aunque en ambos puntos geograficos hubo razocicnio
ResponderEliminarla orientacion d este tompo caminos diferentes
pqe me parece qe en Occidente
se han dedicado a explicar la mente qe es cambiante y en oriente aceptando qe es cambiante
se han dedicado a algo mas practico